jueves, 22 de enero de 2015

Clínica política

Ricardo Valdés

Discrepo de quienes vienen afirmando que el ministro Urresti está loco. Un loco es un inimputable. Y él no lo es, ni por lo que está siendo procesado, ni por lo que viene haciendo. Solo a modo referencial presentaré algunas definiciones y conceptos para explicarme.

Está loco quien  en esencia se encuentra trastornado, ha perdido el juicio y presenta, entre otros síntomas, distorsión grave de la percepción, alucinaciones, pensamientos persecutorios, etc. Es decir, la fantasía  se confunde con la realidad y la persona actúa como si aquello que aparece en su imaginación fuese real. Estamos frente a lo que clínicamente se conoce como un estado psicótico y esa persona merece todo nuestro respeto y atención.

Por otra parte no es lo mismo ser que parecer. Estar loco es distinto a comportarse como tal, es decir de manera impulsiva, poco meditada, desproporcionada o fuera de lugar. Cuando este comportamiento imprudente se combina con  un estado de omnipotencia, cinismo, desprecio por el ser humano, intolerancia  y con muy poco o casi nulo respeto por las normas y la ética, nos encontramos más bien con un sujeto con  tendencia o rasgos psicopáticos.

La psicopatía  es otra categoría clínica. Es una anomalía en la que la persona conserva sus facultades mentales y perceptivas, pero  la conducta social  se encuentra distorsionada y afectada en detrimento de lo demás. Al que actúa psicopáticamente no suele importarle mayormente  lo que diga la ley, y la relación con otro  ser humano está mediada por sus propios impulsos, intereses y, muchas veces, por el escaso apego a la vida y a las personas. No pocas veces las tendencias psicopáticas son racionalizadas y justificadas  bajo ideas como el servicio a la patria, el mandato religioso o por ideologías  terroristas.

En el mundo  más extremo de los psicópatas encontramos a todo tipo de delincuente, como     ladrones,  asesinos , tratantes de personas o narcotraficantes.  Este mundo extremo también lo habitan los violadores de derechos  humanos, los  torturadores,  los terroristas, o cualquier otro ser que apela a un discurso para encubrir su psicopatía, como hemos podido apreciarlo en Francia o en Nigeria.

Por supuesto que hay grados y niveles de psicosis y psicopatía. Hay   variantes  y diversos grados de dificultad clínica. Hay combinaciones con otros problemas, como con personalidades hipomaniacas o bipolares, que nos hablan de otro tipo de trastorno. En cualquier caso no se puede etiquetar a nadie de una forma u otra sin que medie una evaluación psicológica completa,   pero hay ciertos rasgos (indicios le dicen los fiscales) que nos aproximan a una descripción.

Cuando en la política nos topamos con personajes que actúan con rasgos psicopáticos debemos observarlos con cuidado y, por supuesto, también al entorno que permite su presencia cómplice.  En cualquier momento quien presenta rasgos psicopáticos puede presentar comportamientos más  virulentos, obsesiones, amenazas, agresiones verbales, sentimientos  de poderlo todo,  de control y dominio, hasta que su impulsividad psicopática lo puede llevar a cometer un acto desproporcionado o  criminal.

Hay múltiples ejemplos de comportamientos disfuncionales en la política nacional. Sin embargo el ministro Urresti ha dado cada vez más señales de conductas preocupantes que merecen nuestra atención. Más aún por el cargo que ejerce y por el poder del que dispone y hace uso. Que cada quien saque sus conclusiones.