Según lo
dispone la Constitución Política del Estado, el Ministerio Público es el
titular de la acción penal en defensa de la legalidad y de los intereses
públicos, representa a la sociedad en juicio, conduce la investigación del
delito y vela por la independencia de los órganos jurisdiccionales y por la
recta administración de justicia (art. 159).
El Fiscal de la Nación preside este organismo
autónomo y es elegido por sus pares - la
Junta de Fiscales Supremos - por un máximo de 5 años (art. 158). La Ley
Orgánica del Ministerio Público señala por su parte que la autoridad del Fiscal
del a Nación se extiende a todos los funcionarios que lo integran cualquiera
sea su categoría, es decir, es su líder institucional indiscutible.
El Ministerio Público no siempre fue autónomo.
En 1930 se denominaba Ministerio Fiscal y dependía del Ministerio de Justicia.
Posteriormente, en 1940 pasó a formar parte del Poder Judicial, siendo recién
en 1979 que logra su plena autonomía. Antes de ser considerado un órgano
independiente, sus integrantes eran denominados “agentes fiscales” y ocupaban
un lugar totalmente secundario en la estructura del proceso así como en la
organización del sistema de justicia. Ganaban una remuneración muy por debajo
de la de un juez y eran considerados funcionarios de segundo orden, subordinados
al Poder Ejecutivo o a los magistrados del Poder Judicial, según fuera el caso.
El primer Fiscal de la Nación del renovado y
autónomo Ministerio Público fue el Dr. Gonzalo Ortiz de Zevallos, destacado
jurista designado para el puesto durante el segundo gobierno del presidente Belaunde.
Luego se sucedieron una serie de Fiscales de la Nación, algunos más visibles
que otros. Entre ellos, Elejalde, Catacora, Denegri, Méndez Jurado, Aljovín,
Colán, Calderón, Bolívar, Echaiz, Peláez Bardales y Ramos Heredia.
La historia de los Fiscales de la Nación no ha
estado exenta de cuestionamientos y escándalos. Los más notorios, curiosamente
vinculados a Vladimiro Montesinos, fueron Hugo Denegri, quien lo cobijó como
asesor al interior del Ministerio Público posibilitando su reinserción a la
vida pública luego de haber sido condenado; Blanca Nélida Colán, incondicional
de Montesinos que sometió al Ministerio Público a sus designios y fue condenada
a 10 años de cárcel por enriquecimiento ilícito; y Miguel Aljovín, quien luego
de ser Fiscal de la Nación pasó a la clandestinidad acusado de haber archivado
una investigación contra Montesinos a cambio de una considerable suma de
dinero.
Lamentablemente la historia parece repetirse en
estos tiempos en los que dos Fiscales de la Nación, el último en funciones,
están sometidos a investigación bajo sospecha de haber favorecido a miembros de
la familia Sánchez Paredes, sospechosos de narcotráfico y estar vinculados a la
red criminal del prófugo Rodolfo Orellana Rengifo y del detenido presidente
regional César Alvarez, acusado de corrupción y asesinato.
Parte del problema estructural del Ministerio
Público y su liderazgo, parece derivar del sistema de elección de los fiscales.
En los últimos tiempos se han documentado investigaciones periodísticas que dan
cuenta de pactos debajo de la mesa y manipulaciones al interior del Consejo
Nacional de la Magistratura (CNM) para posibilitar la elección de ciertos
fiscales supremos cuestionados por su falta de independencia, idoneidad y
trayectoria institucional, apartándose de criterios meritocráticos.
El sistema de elección de Fiscales en el CNM
consta de 3 etapas:
a)Evaluación
de conocimiento jurídico. Esta etapa se aprueba con 66 puntos sobre 100 y es
cancelatoria, es decir que si no obtiene nota aprobatoria, el candidato sale de
carrera
b)Evaluación
del Curriculum Vitae. También se aprueba con 66 puntos, pero a diferencia de la
anterior, si los candidatos no alcanzan el puntaje mínimo, pueden ser recalificados
c)Entrevista
pública al candidato, la que es totalmente subjetiva y sujeta a la
discrecionalidad de los consejeros.
El examen de conocimiento fue seriamente
cuestionado en las últimas elecciones por varios candidatos, quienes se
quejaron de la decisión de hacerlo cancelatorio. Culpan de ello al entonces
presidente del CNM, el renunciante Vladimir Paz de la Barra. Según los
reclamantes, esta prueba, que no se sabe quién la prepara ni bajo qué criterios,
y menos aún, quién califica los resultados, fue manipulada por Paz de la Barra para
favorecer a los candidatos de su preferencia, sacando a los competidores de
carrera con bajas y arbitrarias calificaciones.
No menos escandalosa fue la evaluación de los
CV. Ninguno de los candidatos que aprobó la prueba de conocimiento alcanzó el
puntaje mínimo requerido, por lo que fueron “recalificados” y varios de ellos
aparecieron con puntajes muy altos que les dieron ventaja sobre los otros.
¿Bajo qué criterios se reconsideró la evaluación de los CV? ¿Qué hizo que un CV
que no superó los 50 puntos de pronto fuera recalificado con más de 80? Nadie
lo sabe ni lo sabrá porque fue una decisión no motivada.
Y aunque parezca broma, una vez que se ha
establecido el cuadro de méritos en función al puntaje obtenido, el CNM, por sí
y ante sí, puede decidir apartarse del mismo y elegir a los que estime más
idóneos para el cargo.
Esta situación se agrava cuando, designados los
fiscales supremos, les corresponde a ellos elegirse entre sí para desempeñar el
cargo de Fiscal de la Nación. En este caso no hay evaluación de mérito
profesional alguno, antigüedad, liderazgo o integridad, sino que se decide en
favor de quien haya logrado la adhesión de los dos o tres fiscales que
conforman la mayoría. Este sistema no ha estado exento de cuestionamientos y en
algunos casos de confrontaciones no muy pacíficas, al punto que en las últimas
elecciones motivó la renuncia de la fiscal suprema y ex - Fiscal de la Nación, Gladis
Echaiz, así como airadas protestas del fiscal Gonzalo Chávarry, quien amenazó
con presentar una acción de amparo contra la decisión de la Junta de Fiscales.
Lo cierto es que hoy la dupla Peláez Bardales –
Ramos Heredia ha llevado al Ministerio Público nuevamente a un punto crítico de
gran debilidad, falta de legitimidad y desprestigio. Todo parece indicar que
ante la negativa de Ramos a renunciar al cargo, salida decorosa a la que se ha
negado abiertamente, más pronto que tarde será destituido debido a su
aislamiento y a la andanada de críticas de la que es objeto permanentemente. Esta
semana ha vuelto a ser protagonista de una decisión controversial y sospechosa,
en la que, obviando la abundante evidencia que obra en la investigación,
exonera de responsabilidad penal al congresista fujimorista Julio Gagó. Los
analistas se preguntan si esta insostenible decisión se debe a que el fiscal
Ramos desea ganarse de aliado al fujimorismo ante una eventual destitución o si
es parte de un acuerdo con el abogado de Gagó (José Luis Castillo Alva), quien
es muy allegado al presidente del CNM, Pablo Talavera, para que le dé una mano
cuando la investigación en su contra se decida en esa instancia. Efectivamente,
según ha documentado recientemente la revista Caretas, Talavera viajó a
Colombia para asistir al matrimonio del abogado de Gagó, donde estuvo presente
también el juez que favoreció a los Sánchez Paredes, clientes de Castillo Alva.
La pregunta es, ¿cómo hemos llegado a este
punto?
Resulta difícil de comprender que una
institución tutelar encargada de velar por la defensa de la legalidad, la recta
administración de justicia y de defender los intereses públicos, hoy se
encuentre postrada bajo sospecha de haber sido puesta al servicio del crimen
organizado y la corrupción. Es paradójico que el organismo responsable de la
investigación criminal, esté arrinconado acusado en la cabeza de sus dirigentes
máximos como cómplice de intereses delincuenciales.
Parte del problema tiene que ver con el sistema
de elección de sus autoridades, el que no sólo adolece de legitimidad institucional
sino que impide que lleguen a los niveles más altos de la institución quienes
mejores méritos tienen para dirigirla con propiedad. Es evidente que el CNM ha
fracasado en la selección de los fiscales supremos posibilitando la elección de
quienes representan intereses lejanos -- cuando no contrarios -- a los de la
justicia. La propia composición del CNM está en cuestión.
El sistema de selección de consejeros ha
demostrado ser vulnerable a contaminación por intereses políticos y gremiales
corruptos, lo que ha quedado evidenciado con la reciente renuncia de Paz de la
Barra. Mientras este consejero ratificaba al fiscal Dante Farro, ahora suspendido
en sus funciones por sus vinculaciones con el caso “la centralita” y César
Alvarez, su hijo, quien quedó a cargo de
su estudio de abogados, representaba legalmente a César Alvarez en el caso “la
centralita. Tamaño conflicto de intereses parece que no
fue percibido por Paz de la Barra.
Por otro lado, la falta de transparencia de los
procesos de elección de fiscales permite acomodos para elegir no a los mejores,
sino a los más funcionales a intereses de determinados grupos.
A ello se agrega el pernicioso proceso en el
que 5 fiscales deben elegir cada tres años cuál de ellos va a presidir la
institución. Las movidas para neutralizar a alguno enviándolo al Jurado
Nacional de Elecciones han sido el espolón visible de un ariete mucho más
complejo.
Nada de lo dicho, por supuesto, implica que no
haya fiscales idóneos y con liderazgo suficiente para asumir el reto inmenso de
reconstruir el Ministerio Público y reconducirlo a los cauces de la justicia.
El problema parece ser que están bloqueados por un sistema que sólo permite
llegar a los más comprometidos con intereses subalternos.
Una mirada rápida a jóvenes fiscales titulares,
permite identificar a una masa crítica de funcionarios institucionalmente
comprometidos, con trayectoria, capacidad, integridad y coraje. Fiscales como Víctor Cubas
Villanueva, Jorge Chávez, Eduardo Castañeda, Rosario Wong, Gladys Fernández
Sedano, Fanny Quispe, Alcides Chinchay, Iván Quispe, entre otros, deberían
estar en la vanguardia del Ministerio Público y tener serias posibilidades de ascender
en el escalafón hasta llegar a fiscales supremos y por ende a fiscales de la
nación. Creemos que es tiempo de replantear el sistema de selección y promoción
de fiscales, así como de designación del Fiscal de la Nación.
Como hemos señalado, hay mucha oscuridad en la
propia estructura del sistema de evaluaciones. La elección de fiscales supremos
debería ser pública y motivada sin excepciones, tanto en la exposición de los criterios
de evaluación, identidad de los evaluadores y motivación de los resultados
académicos, como en la calificación de las entrevistas y evaluación de las
tachas que se presentan contra los candidatos. Lo ocurrido en recientes
elecciones con los candidatos Mateo Castañeda y César Hinostroza, expresa la
debilidad del sistema. De no haber sido por circunstancias extraordinarias,
ambos personajes, con buenas calificaciones académicas pero muy serios
cuestionamientos éticos, por lo que nunca debieron pasar el control de calidad
básico, hubieran llegado a ser fiscales supremos y seguramente próximos Fiscales
de la Nación.
Las tachas y cuestionamientos graves a un
candidato, debidamente fundamentados, deben ser un impedimento para que éste
avance en el proceso de postulación, incluso antes de ser evaluado
académicamente. En el caso de Castañeda e Hinostroza tuvo que intervenir el
nuevo Tribunal Constitucional para enmendarle la plana al anterior – que quiso
imponer su designación – y señalar que mientras candidatos cuenten con “cuestionamientos objetivos y
de trascendencia sobre su conducta e idoneidad para desempeñar el cargo” (sic),
no pueden ser nombrados en dichos cargos, en tanto se mantengan dichos
cuestionamientos.”
No existe razón alguna para mantener la
elección de un cargo tan relevante como el del Fiscal de la Nación en un grupo
tan reducido y plagado de intereses personales como el de los fiscales supremos.
Debería pensarse en un sistema de elección basado en la meritocracia, que
permita que lleguen a los niveles de dirección los mejores líderes, los más
honestos y capacitados. Si se quiere una Fiscalía de la Nación con legitimidad
institucional, es necesario revisar el proceso de designación de la alta
dirección del Ministerio Público. Aunque no hay sistema perfecto, lo evidente
es que el actual ha llevado a la institución a una grave crisis, por lo que
deberían ensayarse otras opciones.
Como quiera que un cambio sustancial requerirá
modificaciones constitucionales, lo que toma tiempo y requiere de una voluntad
política inexistente en este momento, a fin de superar la crisis actual del
Ministerio Público, deben renunciar los fiscales Peláez Bardales y Ramos
Heredia, quienes han quedado deslegitimados por los indicios que los vinculan
al crimen organizado y que han motivado que hoy estén sometidos a
investigación. Paralelamente debe procederse a la selección de los nuevos
fiscales superiores y supremos a través de un sistema con filtros éticos
rigurosos así como el máximo de transparencia posible en la preparación,
aplicación y evaluación de las pruebas académicas, CVs y entrevistas
personales, respetando el resultado del cuadro de méritos.