Ricardo Valdés
Discrepo
de quienes vienen afirmando que el ministro Urresti está loco. Un loco es un
inimputable. Y él no lo es, ni por lo que está siendo procesado, ni por lo que viene
haciendo. Solo a modo referencial presentaré algunas definiciones y conceptos
para explicarme.
Está
loco quien en esencia se encuentra trastornado,
ha perdido el juicio y presenta, entre otros síntomas, distorsión grave de la
percepción, alucinaciones, pensamientos persecutorios, etc. Es decir, la
fantasía se confunde con la realidad y
la persona actúa como si aquello que aparece en su imaginación fuese real.
Estamos frente a lo que clínicamente se conoce como un estado psicótico y esa
persona merece todo nuestro respeto y atención.
Por
otra parte no es lo mismo ser que parecer. Estar loco es distinto a comportarse
como tal, es decir de manera impulsiva, poco meditada, desproporcionada o fuera
de lugar. Cuando este comportamiento imprudente se combina con un estado de omnipotencia, cinismo, desprecio
por el ser humano, intolerancia y con
muy poco o casi nulo respeto por las normas y la ética, nos encontramos más bien con un sujeto con tendencia o rasgos psicopáticos.
La
psicopatía es otra categoría clínica. Es
una anomalía en la que la persona conserva sus facultades mentales y
perceptivas, pero la conducta
social se encuentra distorsionada y
afectada en detrimento de lo demás. Al que actúa psicopáticamente no suele
importarle mayormente lo que diga la ley, y la relación con otro ser humano está
mediada por sus propios impulsos, intereses y, muchas veces, por el escaso
apego a la vida y a las personas. No pocas veces las tendencias psicopáticas
son racionalizadas y justificadas bajo ideas como el servicio a la patria, el
mandato religioso o por ideologías terroristas.
En
el mundo más extremo de los psicópatas
encontramos a todo tipo de delincuente, como
ladrones, asesinos , tratantes de
personas o narcotraficantes. Este mundo extremo
también lo habitan los violadores de derechos
humanos, los torturadores, los terroristas, o cualquier otro ser que
apela a un discurso para encubrir su psicopatía, como hemos podido apreciarlo
en Francia o en Nigeria.
Por
supuesto que hay grados y niveles de psicosis y psicopatía. Hay variantes y diversos grados de dificultad clínica. Hay
combinaciones con otros problemas, como con personalidades hipomaniacas o
bipolares, que nos hablan de otro tipo de trastorno. En cualquier caso no se
puede etiquetar a nadie de una forma u otra sin que medie una evaluación
psicológica completa, pero hay ciertos
rasgos (indicios le dicen los fiscales) que nos aproximan a una descripción.
Cuando
en la política nos topamos con personajes que actúan con rasgos psicopáticos
debemos observarlos con cuidado y, por supuesto, también al entorno que permite
su presencia cómplice. En cualquier
momento quien presenta rasgos psicopáticos puede presentar comportamientos
más virulentos, obsesiones, amenazas, agresiones
verbales, sentimientos de poderlo
todo, de control y dominio, hasta que su
impulsividad psicopática lo puede llevar a cometer un acto desproporcionado o criminal.
Hay
múltiples ejemplos de comportamientos disfuncionales en la política nacional.
Sin embargo el ministro Urresti ha dado cada vez más señales de conductas
preocupantes que merecen nuestra atención. Más aún por el cargo que ejerce y
por el poder del que dispone y hace uso. Que cada quien saque sus conclusiones.